En 1488, la antigua ciudad de Muxacra, perteneciente al Reino de Granada, y conocida hoy en día como Mojácar — en el sur del Estado español—, se rinde ante las fuerzas cristianas de los Reyes Católicos con la promesa de que sus tres culturas: musulmana, judía y cristiana, sigan conviviendo en paz como hasta el momento. Siglos después, tras comprobar que esta promesa no se cumple, y siendo catalogada erróneamente por la historia oficial como Reconquista la invasión de los territorios musulmanes de Al-Ándalus en la península ibérica por parte de los territorios cristianos, la ciudad de Mojácar, integrada en el Estado español, ha tenido un especial desarrollo capitalista basado exclusivamente en el turismo y es conocida como uno de los pueblos más bonitos de España.

En 2018, durante una estancia en la Fundación Valparaíso, me dediqué a trazar una línea temporal y audiovisual de la ciudad. De esta forma, en Muxacra podemos observar los restos del intento de levantar un colosal hotel dentro del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar, en el término municipal de Mojácar. La construcción de este esqueleto arquitectónico llamado hotel El Algarrobico, comenzó en el año 2003 con todos los permisos correspondientes de las diferentes administraciones, pero con la lucha local y de distintas organizaciones medioambientales se consiguió su paralización. Aunque aún estén erigidas sus ruinas entre las montañas y frente al mar, en uno de los lugares más significativos de este paraje natural, diferentes y numerosas pintadas, tanto a favor como en contra, sobre los muros deteriorados y la fachada del fallido hotel, reflejan la disputa autóctona que ha creado este símbolo de prosperidad basado en el turismo; un conflicto actual que se contrapone a la festiva representación de aquel conflicto anterior en el que la antigua ciudad de Muxacra se vio forzada a entregarse a manos de los ejércitos cristianos de Isabel y Fernando en su conquista de la península. Esta representación contemporánea, que se celebra todos los años durante el mes de junio, se bautizó como Fiesta de Moros y Cristianos, característica de todo el levante español. En ella, se muestra, delante de miles de turistas, cómo el antiguo alcalde de la ciudad andalusí se somete de forma pacífica a un militar cristiano, en un acto de hermanamiento que al cabo de los años fue traicionado por los Reyes Católicos, poco después de la conquista Granada y el fin de su cruzada.

En definitiva, en Muxacra, asistimos a un paisaje cargado de simbolismo, en su desierto, en sus playas, representantes de un antiguo mundo invadido por turistas bajo la dirección de un sistema económico irrespetuoso con la historia de los pueblos y con el territorio, que moldea al servicio del espectáculo necesario para la consecución de sus fines.